Destrucción deliberada de castillos en la Edad Media
Descubre cómo la destrucción deliberada de castillos en la Edad Media moldeó guerras, poder y ruinas emblemáticas: tácticas, motivos y legado histórico.
El desprecio —también conocido en inglés como "slighting"— es la destrucción deliberada parcial o total de un edificio fortificado, sobre todo de un castillo, con el fin de dejarlo inútil para el enemigo o como sanción política. En la Edad Media y en épocas posteriores, los castillos eran despreciados con bastante frecuencia durante las guerras y las revueltas. Como símbolos de poder y posesión, los castillos representaban la autoridad de sus dueños; por eso un monarca vencedor o una facción ganadora podía ordenar su destrucción para castigar a quienes se habían rebelado o para asegurarse de que la fortaleza no volviera a ser usada en su contra.
Motivos para despreciar un castillo
- Negación al enemigo: Evitar que una fortificación caiga en manos contrarias y sea usada como base militar.
- Castigo político: Humillar o sancionar a un señor rebelde, retirándole su fortaleza como símbolo de su poder.
- Control social y legal: Un rey podía ordenar el desmantelamiento si el señor no tenía permiso real para fortificar (la llamada "licencia para fortificar").
- Coste de mantenimiento: A veces resultaba más barato arruinar o abandonar una fortaleza que mantenerla operativa, sobre todo si había quedado obsoleta tras avances militares.
Métodos utilizados
Las técnicas para inutilizar un castillo variaban según la época, los recursos y el objetivo:
- Derribo de torres, muros y barbacanas para dejar abiertos los puntos defensivos.
- Voladuras o incendios cuando había disponibilidad de pólvora o se quería destruir madera y cubiertas.
- Retirada de materiales útiles (tejas, vigas, puertas) para que no pudieran repararse fácilmente.
- Hundimiento de cimientos mediante minería o socavado en casos de asedio prolongado.
Contexto histórico y evolución
Durante la Baja Edad Media y especialmente tras la introducción de la artillería a partir del siglo XIV, muchas fortalezas perdieron eficacia defensiva, lo que influyó en las decisiones de demoler o adaptar sus estructuras. En algunos conflictos, como las guerras civiles y las luchas dinásticas, el desprecio se convirtió en una política deliberada para evitar futuras insurrecciones. En otras ocasiones era una medida preventiva adoptada por los propios propietarios: si temían perder el castillo, podían inutilizar determinadas zonas para que no resultaran aprovechables por el enemigo.
Consecuencias y ejemplos
El resultado del desprecio podía ser diverso: algunos castillos fueron reparados y reutilizados, mientras que otros quedaron permanentemente en ruinas o fueron abandonados y convertidos en cantera para materiales de construcción. Muchos de los restos que hoy visitamos son precisamente el legado de estas prácticas.
Un ejemplo conocido son varios castillos ingleses que quedaron en ruinas tras la Guerra Civil inglesa (1642–1651). Muchos fueron despreciados por orden de las autoridades vencedoras para evitar su reutilización por los realistas; entre ellos figuran fortificaciones famosas como el de Corfe o Kenilworth, que muestran aún las huellas de esas demoliciones.
En resumen, el desprecio de castillos fue una herramienta militar y política habitual desde la Edad Media hasta tiempos modernos, motivada por consideraciones estratégicas, económicas y de control del poder. Sus efectos siguen condicionando el paisaje histórico y la conservación del patrimonio fortificado.

El castillo de Helmsley (Yorkshire) fue despreciado con la demolición de la mitad de la torre este en 1644.
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